MM Bascones de Ojeda. Mi día de San Martín.

Después de afrontar la Integral del Valdecebollas, parece que cualquier otro reto por debajo de sus 42 km es pan comido. Dos días antes, veía la posibilidad de seguir bajando las marcas como hasta ahora, está claro que cada carrera es diferente y esta me lo puso bien clarito.
Llego 40 minutos antes, con tiempo para calentar y ya tengo malas sensaciones. El estómago digiriendo la cena de la noche anterior (está claro que no es lo mismo un puré que un chuletón), mala noche y 37 grados a la hora de la carrera pusieron la puntilla a la primera vez que no he disfrutado en una carrera.
Dan la salida y me sitúo dentro del grupo de los 10 primeros. A partir de ahí ya solo me quedaría perder puestos de forma escandalosa. Los 2 km primeros a 4:20, no está nada mal, pero no cojo el ritmo. Empiezo a estar bastante incomodo con la sensación de haberme tragado un ladrillo. Veo como me pasan, y a con grupo intento engancharme. Es imposible, no aguanto ni 100 metros.
En el kilómetro seis se vuelve a pasar por el pueblo, veo el choche y es la primera vez que se me pasa por la cabeza dejarlo. Me parece tan increíble que continuo pensando que poco a poco me encontraré mejor y empezaré a recuperarme.
Volvemos a pasar por la carretera y una larga recta de 5,5 km nos lleva hasta Oteros de Boedo . Se hace muy monótono y entro en el pueblo. Llego al avituallamiento y me siento rendido, harto, aburrido, con el estómago fatal y con algo de dolor de cabeza. Esto último es lo que empezó a preocuparme. Me paro y agradezco una silla que me ofrece la chica del agua, y como son las cosas que en 5 minutos me pongo a correr otra vez sabiendo a que a los 2 km esta el siguiente pueblo. La verdad es que me encuentro bastante mejor y salgo a mejor ritmo, paso a un par de corredores, empieza una nueva carrera para mí y todo ese rollo de automotivación. Pero cuanta tontería, cuando uno está mal no le arregla un asiento y 5 minutos, ahora estoy más cansado y 2 km más lejos de la meta.
La última parte es una pista que lleva hasta meta, en unos 8 o 9 km de sufrimiento donde tengo que ponerme a andar alguna que otra vez. Llego a plantearme que a la carrera de Pradoluengo va su tía, que esto no va conmigo. Entro en meta con un crono, atención, de 2:22. Y yo que me puse como meta bajar de 1:40. No puedo con la vida, no he estado tan mal nunca, si hoy me hubiese ido a Arija a hacer kite, a esta hora estaría tomándome una cerveza en Aguilar más feliz que Ricardito.
Coca cola, cambio de camiseta y recogida de recuerdos de la organización para volverme a casa con la cabeza gacha. A los pocos km tengo cobertura y llamo para quedar en Saldaña, no me veo capaz de llegar solo hasta Sahagún. Ganas de echar la papilla y mucho sueño. Esperando mis asistencias voy mejorando y solo va quedando el cansancio. Llega Marta y Emi, recogen lo que queda de mí y me gano la merecida charla que se da en estas ocasiones. La verdad es que no fue demasiado dura gracias a la cara que debía tener pero prometiéndome seguir una vez mejorase.
Ya es domingo, recuperado al 80% y todo se ve de otro color. El verano se termina y no es cuestión de irse con tremenda derrota, así que quedan 15 días para la carrera de Padroluengo y espero estar a tope. Eso sí, me cuidaré en condiciones, entrenaré como se debe (o casi) y prometo portarme bien si las cosas van mal.

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